Como diría El Quijote, o mejor, Cervantes, en su obra: “Al alba salieron…”. No era ni el alba siquiera; más temprano aún, pues Cartagena se halla a 4’30 horas de Bailén, por autovía y queríamos estar allí para la hora de apertura de los museos y teatro romano. Así que a las 5 de la mañana, más o menos, salimos de nuestra casa, con la esperanza de tomar un reconfortante desayuno pasado Guadix. Nuestro gozo en un pozo. Era tan temprano que la mayoría de las estaciones de servicio y restaurantes de carretera en las áreas de servicio estaban cerradas. En consecuencia hicimos una parada para estirar piernas, en medio de la nada, al lado de la autovía y seguimos camino hacia Cartagena.
Dejamos el coche en el aparcamiento que hay al lado del submarino peral y nos dirigimos con paso titubeante, debido al hambre, a la cafetería que hay al lado del Teatro Romano. Allí mientras desayunábamos, hacíamos espera para la apertura de las cosas que queríamos ver; muchas e interesantes. Nos hicimos unas fotos ante el monumento a los Héroes de Cavite y ante unas esculturas que representan a marinos de vuelta a casa o esperando a embarcar.
A las 10 de la mañana entrábamos en el Teatro romano. Un poco de historia para ”conectar” con el mismo. Se entra al mismo a través de un edificio hecho por Moneo que hace que nos traslademos del siglo actual, XXI, al del Teatro Romano, el I a. de C., a través de unas espaciosas salas. En cada una de ellas podemos admirar todo el esplendor de los romanos en Cartagena. Comenzamos con los elementos más cotidianos de la vida y en la sala I se encuentra la arquitectura monumental; hay piezas originales además de una maqueta y algunos elementos didácticos para escolares. En la sala II se detalla para que servía el teatro en la antigüedad, pues aparte de lúdico tenía una misión política y religiosa. A continuación y, a través de un corredor arqueológico situado bajo la Iglesia de Santa María la Vieja llegamos al Teatro Romano, última sala del Museo. Construido a finales del s. I a. de C. ha sido restaurado para que la gente pueda disfrutar, no sólo con la vista del misma, sino también con las representaciones que en él se hacen. Tiene una capacidad para 6000 personas y una monumental fachada escénica, con tonos rojos, blancos y grises que le dan un sensacional aspecto. La restauración del teatro junto a la catedral hace un conjunto arquitectónico realmente monumental e interesante para el viajero.
Saliendo del teatro y por la calle Trapería llegamos a la Casa Cervantes, una muestra del modernismo de Cartagena en el inicio del s. XIX. Al lado se encuentra el Casino, otra muestra más. La primera es de las mayores muestras del modernismo con una gran fachada y la segunda, de aires dieciochescos, tiene un patio rodeado por una galería en el primer piso. La decoración y el mobiliario son modernistas.; al final de la calle se encuentra Capitanía y el Gran Hotel; éste último tiene influencias del modernismo vienés y francés en toda su estructura. Una característica importante es que alterna los colores en todas sus plantas.
En la esquina de la calle Honda nos encontramos el Decumano. Un chico se encargó de explicarnos la historia de esta calzada y de indicarnos, asimismo, que los diferentes lugares de Cartagena se pueden visitar con una tarjeta especial, dónde se regala una de las entradas. Damos las gracias, compramos una y la explicación interesante del guía. Es una calzada romana enlosada, que era el eje principal de comunicación entre el foro romano y el puerto y un recinto termal. El foro, según el guía, se encuentra debajo de la Plaza S. Francisco, por donde debíamos pasar para seguir visitando la ciudad. Dimos las gracias, atravesamos la plaza y nos encontramos en la calle Caballero con el Augusteum. Como su nombre indica, dedicado al césar Augusto, era un edificio romano de carácter religioso, donde se ubicaba un Colegio Augustal,, lugar donde se reunían los sacerdotes encargados del culto al emperador en la ciudad. Entre ambos, el Decumano y el Augusteum, se encuentra el Cerro del Molinete, actualmente en fase de ejecución y estudio, donde se ubican restos del foro y del podio del posible templo Capitolino de la ciudad, datados a finales del s. I a. de C. Muy cerca en la Plaza de Risueño, que es apellido de un amigo de Bailén, nos encontramos con la Casa de la Fortuna, así llamada por haberse encontrada en ella una inscripción: “Fortuna propicia”. Se supone era la casa de un patricio romano, con decoración de la época, y rememorando como era el triclinium o el tablinum. La decoración mural es exuberante como asimismo la del suelo, perfectamente conservado.
Después de andar bastante, tomamos una cerveza y un refresco en un bar de los alrededores, muy típico. Nos vino bien, porque queríamos acabar la mañana viendo el Castillo de la Concepción y los Refugios de la Guerra Civil que se encuentran en el mismo.
El castillo está situado en la montaña del mismo nombre y en su interior se encuentra el Centro de Interpretación de la Historia de Cartagena, tanto en la antigüedad como en la Edad Media. Un paseo por los jardines nos hizo contemplar las magníficas vistas de la ciudad desde lo alto del monte; al que por cierto para subir hay que coger un ascensor panorámico, con unas vistas imponentes. En el primer piso de este ascensor se encuentran los refugios. Son excavaciones hechas durante la Guerra Civil en la montaña para que los habitantes de Cartagena se introdujeran en ellos durante los bombardeos que hubo. Mediante escenas resueltas se escenifican los diferentes lugares y sitios que había en los refugios para hacer más “amenas” las estancias en ellos. Se conservan alguna que otra bomba de la época, así como más caras antigás, etc. Bajamos al suelo y como era la hora de comer, que mejor lugar que el puerto de pescadores que se encontraba cerca. Nos dirigimos hacia allí y uno enfrente de la Lonja nos sirvió para calmar la sed y el hambre que teníamos. Un reparador descanso, al fresco, nos dio fuerzas para terminar de ver lo que nos quedaba de la ciudad; entre ellos el Centro de Interpretación de la Muralla Púnica. Como era hora temprana por el calor que aún hacía, cogimos el coche y nos dirigimos hacia la Plaza Basterreche donde se encuentra. Allí admiramos no solo la muralla sino los restos de la iglesia de S. José del s. XII, sobre todo sus nichos, situados en la cripta. La muralla púnica es lo que queda de las defensas de Qart-Hadast, Cartagena, fundada por Asdrúbal Barca en el año 229 a. de C. También se encuentran allí los restos de Publio Cornelio Escipión en el año 209 a. de C.
Aún nos quedaba la visita guiada al Palacio Consistorial, situado enfrente del Teatro romano y donde encuentra uno de los puntos de información turística de Cartagena. El Palacio Consistorial nos fue explicado por una guía con todo lujo de detalles, tanto en su estructura arquitectónica como con anécdotas de los alcaldes que en ella han estado. En el Salón de Plenos se encuentran todos los escudos de la ciudad desde Asdrúbal hasta el momento. Todo un lujo para una ciudad. Cartagena nos ha permitido, a través del paseo, entrar en la época púnica, romana, y modernista. Una ciudad limpia y atractiva para el turista.
Nos despedimos de la ciudad y nos fuimos dirección Sucina, un pueblo donde nos íbamos a encontrar con unos amigos que hacía años que no veíamos. El recibimiento y el trato dado por estos amigos nuestros, Maricarmen y Ginés, fue sensacional, como lo fue la cena y la tertulia que tuvimos con ellos hasta bien entrada la noche. Tan entrada que tuvimos que llamar al hotel en Murcia para decir que íbamos a llegar, pero tarde. Quedamos en volver a vernos de nuevo, pero esta vez en Bailén, en devolución de visita. Un recuerdo entrañable para ellos con mis mejores deseos.
Cándido T. Lorite
Dejamos el coche en el aparcamiento que hay al lado del submarino peral y nos dirigimos con paso titubeante, debido al hambre, a la cafetería que hay al lado del Teatro Romano. Allí mientras desayunábamos, hacíamos espera para la apertura de las cosas que queríamos ver; muchas e interesantes. Nos hicimos unas fotos ante el monumento a los Héroes de Cavite y ante unas esculturas que representan a marinos de vuelta a casa o esperando a embarcar.
A las 10 de la mañana entrábamos en el Teatro romano. Un poco de historia para ”conectar” con el mismo. Se entra al mismo a través de un edificio hecho por Moneo que hace que nos traslademos del siglo actual, XXI, al del Teatro Romano, el I a. de C., a través de unas espaciosas salas. En cada una de ellas podemos admirar todo el esplendor de los romanos en Cartagena. Comenzamos con los elementos más cotidianos de la vida y en la sala I se encuentra la arquitectura monumental; hay piezas originales además de una maqueta y algunos elementos didácticos para escolares. En la sala II se detalla para que servía el teatro en la antigüedad, pues aparte de lúdico tenía una misión política y religiosa. A continuación y, a través de un corredor arqueológico situado bajo la Iglesia de Santa María la Vieja llegamos al Teatro Romano, última sala del Museo. Construido a finales del s. I a. de C. ha sido restaurado para que la gente pueda disfrutar, no sólo con la vista del misma, sino también con las representaciones que en él se hacen. Tiene una capacidad para 6000 personas y una monumental fachada escénica, con tonos rojos, blancos y grises que le dan un sensacional aspecto. La restauración del teatro junto a la catedral hace un conjunto arquitectónico realmente monumental e interesante para el viajero.
Saliendo del teatro y por la calle Trapería llegamos a la Casa Cervantes, una muestra del modernismo de Cartagena en el inicio del s. XIX. Al lado se encuentra el Casino, otra muestra más. La primera es de las mayores muestras del modernismo con una gran fachada y la segunda, de aires dieciochescos, tiene un patio rodeado por una galería en el primer piso. La decoración y el mobiliario son modernistas.; al final de la calle se encuentra Capitanía y el Gran Hotel; éste último tiene influencias del modernismo vienés y francés en toda su estructura. Una característica importante es que alterna los colores en todas sus plantas.
En la esquina de la calle Honda nos encontramos el Decumano. Un chico se encargó de explicarnos la historia de esta calzada y de indicarnos, asimismo, que los diferentes lugares de Cartagena se pueden visitar con una tarjeta especial, dónde se regala una de las entradas. Damos las gracias, compramos una y la explicación interesante del guía. Es una calzada romana enlosada, que era el eje principal de comunicación entre el foro romano y el puerto y un recinto termal. El foro, según el guía, se encuentra debajo de la Plaza S. Francisco, por donde debíamos pasar para seguir visitando la ciudad. Dimos las gracias, atravesamos la plaza y nos encontramos en la calle Caballero con el Augusteum. Como su nombre indica, dedicado al césar Augusto, era un edificio romano de carácter religioso, donde se ubicaba un Colegio Augustal,, lugar donde se reunían los sacerdotes encargados del culto al emperador en la ciudad. Entre ambos, el Decumano y el Augusteum, se encuentra el Cerro del Molinete, actualmente en fase de ejecución y estudio, donde se ubican restos del foro y del podio del posible templo Capitolino de la ciudad, datados a finales del s. I a. de C. Muy cerca en la Plaza de Risueño, que es apellido de un amigo de Bailén, nos encontramos con la Casa de la Fortuna, así llamada por haberse encontrada en ella una inscripción: “Fortuna propicia”. Se supone era la casa de un patricio romano, con decoración de la época, y rememorando como era el triclinium o el tablinum. La decoración mural es exuberante como asimismo la del suelo, perfectamente conservado.
Después de andar bastante, tomamos una cerveza y un refresco en un bar de los alrededores, muy típico. Nos vino bien, porque queríamos acabar la mañana viendo el Castillo de la Concepción y los Refugios de la Guerra Civil que se encuentran en el mismo.
El castillo está situado en la montaña del mismo nombre y en su interior se encuentra el Centro de Interpretación de la Historia de Cartagena, tanto en la antigüedad como en la Edad Media. Un paseo por los jardines nos hizo contemplar las magníficas vistas de la ciudad desde lo alto del monte; al que por cierto para subir hay que coger un ascensor panorámico, con unas vistas imponentes. En el primer piso de este ascensor se encuentran los refugios. Son excavaciones hechas durante la Guerra Civil en la montaña para que los habitantes de Cartagena se introdujeran en ellos durante los bombardeos que hubo. Mediante escenas resueltas se escenifican los diferentes lugares y sitios que había en los refugios para hacer más “amenas” las estancias en ellos. Se conservan alguna que otra bomba de la época, así como más caras antigás, etc. Bajamos al suelo y como era la hora de comer, que mejor lugar que el puerto de pescadores que se encontraba cerca. Nos dirigimos hacia allí y uno enfrente de la Lonja nos sirvió para calmar la sed y el hambre que teníamos. Un reparador descanso, al fresco, nos dio fuerzas para terminar de ver lo que nos quedaba de la ciudad; entre ellos el Centro de Interpretación de la Muralla Púnica. Como era hora temprana por el calor que aún hacía, cogimos el coche y nos dirigimos hacia la Plaza Basterreche donde se encuentra. Allí admiramos no solo la muralla sino los restos de la iglesia de S. José del s. XII, sobre todo sus nichos, situados en la cripta. La muralla púnica es lo que queda de las defensas de Qart-Hadast, Cartagena, fundada por Asdrúbal Barca en el año 229 a. de C. También se encuentran allí los restos de Publio Cornelio Escipión en el año 209 a. de C.
Aún nos quedaba la visita guiada al Palacio Consistorial, situado enfrente del Teatro romano y donde encuentra uno de los puntos de información turística de Cartagena. El Palacio Consistorial nos fue explicado por una guía con todo lujo de detalles, tanto en su estructura arquitectónica como con anécdotas de los alcaldes que en ella han estado. En el Salón de Plenos se encuentran todos los escudos de la ciudad desde Asdrúbal hasta el momento. Todo un lujo para una ciudad. Cartagena nos ha permitido, a través del paseo, entrar en la época púnica, romana, y modernista. Una ciudad limpia y atractiva para el turista.
Nos despedimos de la ciudad y nos fuimos dirección Sucina, un pueblo donde nos íbamos a encontrar con unos amigos que hacía años que no veíamos. El recibimiento y el trato dado por estos amigos nuestros, Maricarmen y Ginés, fue sensacional, como lo fue la cena y la tertulia que tuvimos con ellos hasta bien entrada la noche. Tan entrada que tuvimos que llamar al hotel en Murcia para decir que íbamos a llegar, pero tarde. Quedamos en volver a vernos de nuevo, pero esta vez en Bailén, en devolución de visita. Un recuerdo entrañable para ellos con mis mejores deseos.
Cándido T. Lorite
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