lunes, 4 de enero de 2010

VIAJE A LA CORUÑA Y ASTURIAS


En el último día de julio, con las calores de la madrugada en mi tierra, inicié junto a mi mujer y otros amigos, un viaje a la Recreación de La Coruña, la llamada Batalla de Elviña, librada entre las tropas de Napoleón y tropas españolas, inglesas y lusas, allá por 1809; o lo que es lo mismo, celebrábamos el 200 aniversario de la misma.
Iniciamos el viaje bien temprano, para no coger la salida de las vacaciones de los habitantes de Madrid que, como sabemos, son muchos y salen todos a la vez, colapsando de esa manera las carreteras de salida de la ciudad. Paramos a desayunar en la Plaza de la Hispanidad, en Medina del Campo, reponiendo fuerzas para el resto del camino. Llegamos a La Coruña sobre las 3 de la tarde, dejamos las maletas en el lugar de dormida(cómo dicen los portugueses) y nos desplazamos a la Plaza de maría Pita, donde degustamos un copioso almuerzo. Después de descansar nos dimos a la noche una vuelta por las bulliciosas calles de La Coruña, dónde cenamos unas mariscadas realmente sabrosas.
Al día siguiente, 1 de Agosto, hicimos el desfile inaugural de la recreación por las principales calles de la ciudad, siendo recibidos en la Plaza del Ayuntamiento por el alcalde la ciudad y autoridades locales y extranjeras. Por la tarde, nos desplazamos al parque de la Torre de Hércules y allí comenzamos la recreación de la batalla. Cientos de personas presenciaron el despliegue de las tropas contendientes en la “batalla”. Durante cerca de una hora el tronar de los mosquetes, cañones y pistolas, así como los duelos realizados entre la caballería francesa y la aliada, hicieron las delicias de todas las personas allí congregadas. Al día siguiente volvimos a repetir la misma recreación, ante más gente si cabe que el día anterior.
Toda la recreación fue un éxito y desde aquí felicito a los organizadores del evento y a las autoridades locales por la misma.
Partimos al día siguiente para Santiago de Compostela, la ciudad de piedra, la tumba del apóstol Santiago, patrón de España. Nos recibió la ciudad con un sol espléndido y comenzamos a caminar por ella desde bien temprano, para evitar la masificación que siempre se produce hacia el mediodía. La catedral con su museo, San Martín Pinario, la casa de la Troya, el Convento de San Pablo de Antealtares, San Ben ito del Campo, San Fructuoso, y tantas y tantos monumentos, hicieron de la visita a Santiago un viaje inolvidable.
Continuamos el viaje hacia Lugo. La primera vista de sus murallas nos llenó de satisfacción. Un legado milenario estaba ante nuestra vista. Su catedral, románica y gótica, llamó nuestra atención, así como sus iglesias de los siglos XII y XIII, con un románico, simple pero majestuoso a la vez. Un paseo por las murallas y la salida por la puerta de Santiago, con la catedral iluminada, dejó en nuestras retinas una imagen de Lugo difícil de olvidar.
Continuamos el viaje hacia Mondoñedo, dónde fuimos recibidos como se merece Galicia, con una fina lluvia. Una pena que la catedral no esté abierta hasta bien entrada la mañana (eran las 10’30 h cuando aún continuaba cerrada). Pero el pueblo en sí mismo es muy bonito. El viaje continuó hacia Cudillero, ya en Asturias. Un pueblo típicamente marinero, enclavado en una montaña, con las casas pintadas en diferentes colores y ¡Unas cuestas!, que ya, ya, pero precioso.
El cabo de Peñas nos recibió, hacia media mañana, con unas vistas asombrosas y claridad del cielo sensacional. La contemplación nos dejó asombrados. Con la retina llena de luz nos desplazamos hacia Oviedo, la capital del principado de Asturias. Fuimos al hotel, dejamos las maletas y nos dedicamos a comer. Ni que decir tiene que degustamos los platos típicos de la zona.
Por la tarde, nos fuimos a ver el prerrománico de la ciudad: Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo y San Juan de los Prados, aparecieron ante nuestros ojos, con la grandeza de los siglos.
Un paseo vespertino por la ciudad nos permitió ver la grandeza de la catedral y los aledaños de la misma en Oviedo. Una sorpresa muy agradable nos deparó la visita a la catedral. Se encontraba en ella las gaitas oficiales del Principado de Asturias, pues había una misa mayor con presencia del obispo y autoridades. Cuando llegó el momento de la eucaristía tocaron el himno nacional y al final de la misa el himno de Asturias. La gente que allí nos encontrábamos prorrumpimos en aplausos. Tocaron magníficamente bien ambas piezas. Hacía años que no oía ambos himnos en una catedral..
A la noche una sesión de zarzuela: La del manojo de rosas, en el Teatro Campoamor y una cena con sidra, como mandan en Asturias, hizo del día una fecha magnífica. Por cierto, Casa Marcelino y El teatrillo, son dos sitios magníficos, para degustar pinchos y comer una fabada en condiciones, con un escanciador de sidra increíble. Muy cerca de ambos sitios se encuentra la Fuente de Foncalada, de época romana y que aún da agua potable.. Después de tres días de visita en Asturias, nos despedimos de la misma y nos acercamos a nuestro siguiente destino: Ávila.
Pero antes, un alto en el camino para visitar Tordesillas, la ciudad del célebre Tratado que delimitó los imperios de España y Portugal. Visitamos la Colegiata de la Santa Cruz y su Plaza Mayor, aparte de la casa dónde se firmaron los tratados, regenerada e inaugurada por el Rey Juan Carlos I y por Mario Soares, como Presidente de Portugal.
La llegada a Ávila se produjo a la hora de la comida. Después de dejar las maletas en un hotel increíble. El Palacio de los Velada (antigua casa de los regidores de Ávila, los Velada, hoy reconvertida en hotel), nos fuimos a comer, al lado de la Iglesia de San Pedro, en la Plaza de Santa Teresa.
Por la tarde y a la mañana siguiente, los panteones, monumentos, casas, iglesias y la catedral de Ávila se nos presentaron ante nuestros ojos, en toda su magnificencia y esplendor. Todo ello enmarcado en sus portentosas murallas, legendarias y que circundan toda la ciudad antigua.
Cansados, pero llenos de cultura, de gentes, olores, sabores y tradiciones nos encontramos de nuevos en nuestra casa, en Bailén.
El viajar es magnífico, pero cómo se suele decir: “Cómo en casa de uno, en ningún sitio”.