La visita a la ciudad de Logroño se nos presentó como una oportunidad de ver como una ciudad es capaz de crecer a partir de su casco histórico, conservando su patrimonio sin tocar ni un ápice. Algo realmente insólito. Un paseo por sus calles nos lleva a contemplar verdaderas bellezas, no sólo antiguas, del Camino de Santiago, sino más modernas. Algunas de ellas las vamos a desgranar poco a poco en este viaje por Logroño.
Nuestra primera visita fue para La Concatedral de Santa María De La Redonda, con la portada principal a la Plaza del Mercado y puertas a la de Caballerías Portales. La remodelación sufrida por esta Concatedral ha sido extraordinaria. La última, antes que ésta, que visité Logroño- solo- estaba en arreglo debido a la limpieza que se estaba efectuando en la misma. Su terminación ha sido todo un acierto. Ha quedado espléndida. Data su iniciación del s. XII; se hace colegiata en el año 1453. Fue reconstruida en el s.XVI y declarada “insigne” por el Papa Benedicto XIII, según Bula del año 1727. Fue declarada Concatedral en el año 1959. Tiene tres naves con dos portadas laterales dedicadas a S. Martín y a La Asunción y la monumental de Los Ángeles a la Plaza del Mercado.
Paseando llegamos hasta la Iglesia de Santa María del Palacio, llamada por los logroñeses, Iglesia- Palacio. Lo más característico de esta iglesia y que sirve de símbolo de perfil de Logroño, es su aguja; una flecha o chapitel en forma de pirámide de ocho lados. Siguiendo la caminata y en el Camino de Santiago encontramos la Fuente del Peregrino y la Iglesia de Santiago el Real. Es una iglesia de una sola nave y cabecera ochavada. En su interior se reunió el concejo del ayuntamiento durante el asedio de los franceses a la ciudad en el año de 1541; tan es así que bajo su reja figura la inscripción:”Este es el archivo de la muy noble y muy leal ciudad de Logroño”. La sed la aplacaban muy cerca en la fuente del peregrino. Siguiendo el camino de Santiago nos encontramos con la Puerta del Revellín. Es la única que queda del recinto amurallado de la ciudad, aunque su nombre es Puerta de Carlos V. En su puerta se realiza año tras año los festejos en honor de S. Bernabé y se evocan los sucesos acaecidos por los franceses en 1543, cuando tuvieron sitiada a la ciudad. Es el único vestigio que queda del recinto amurallado de la ciudad, después del sitio de los franceses.
Un alto en el camino para tomarnos unas cervezas y unos vinos en la llamada Ruta de los Elefantes. Esta ruta es el lugar de reunión de los logroñeses para tomar vino y unos pinchos, como tapa. Se trata de las calles Laurel, S. Agustín y Portales; en total tienen una cantidad de bares consistente en una casa si y otra no, en medio un bar. Nadie es capaz de terminar la ruta al completo en un mismo día.
Un descanso en el hotel con una siesta reparadora para evitar el sol de la tarde y a continuación nos dirigimos a terminar la visita. Lugar imprescindible: la Iglesia de S. Bartolomé. Para mí, la joya de Logroño. Una de las iglesias románicas más bonitas que he visto y ya he visto unas pocas. Una de sus torres se cree que formó parte de las murallas de la ciudad, como defensa de la misma. Fue edificada en e l s.XIII y su torre es posterior. Tiene tres naves con dos tramos. Su portada es un arco apuntado y seis arquivoltas con molduras. En el tímpano aparece el Redentor con la Virgen y S. Juan, los doce apóstoles conversando y parte de la historia de S. Bartolomé. A continuación, nos trasladamos a ver el Palacio de los Chapiteles, antiguo ayuntamiento de la ciudad y el Museo de La Rioja. Terminamos la visita a Logroño visitando el Parque del Espolón, donde pudimos admirar la escultura dedicada al General Espartero. Este parque comenzó a construirse a finales del s. XVIII; primero fue Paseo de Las Delicias, después Paseo de los Reyes y por último del Espolón. Destaca su Concha y la gran fuente central situada al lado de la estatua de Espartero. Aprovechamos que la calle Muro se hacía peatonal en un trozo para ver las actuaciones nocturnas y descansar un poco del ajetreo del día.
Nos despedimos de Logroño y…como siempre hay un pero, el anillo de boda se me olvidó el hotel. A la vuelta de Bailén llamamos al mismo y me lo mandó por correo. Un detalle del hotel que se agradeció.
Cándido T. Lorite
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