Por no sé cuántas veces me disponía a iniciar un viaje a Portugal. La primera vez que lo hice fue allá por abril de 1974, ansioso de conocer las cosas que estaban sucediendo en el país vecino y acompañado de un periodista que iba a tratar la información de lo que sucedía allí. Para mi fue una experiencia maravillosa, pues conocí y vi de primera mano lo que sucedió el día 25 de Abril de 1975, la llamada Revolución de los claveles; algo maravilloso y digno de verse en el lugar de los sucesos, en Lisboa. No voy a contar las cosas que vi y viví en esos días, cinco, que estuve en Lisboa. Pero esa ciudad me encantó en todos los aspectos y ya desde el momento en que dejé la ciudad me juramenté que tenía que volver para visitarla. Lo hice como viajero con amigos, como viajero en solitario, como viajero con alumnos, lo hice de todas maneras. Aprendí a amar a Portugal, pues no sólo conocí Lisboa, sino todo Portugal y lo máximo que se puede ver en las veces que he estado. De norte a sur y de este a oeste.
Este último viaje lo inicié y terminé con una pareja de amigos. Aprovechamos nuestra afición a las recreaciones históricas napoleónicas y, asistiendo a la Recreación de Vimeiro, aprovechamos para estar una semana en Portugal. Ellos no conocían Portugal y así me vi, de nuevo como introductor de las bellezas del país portugués a mis amigos y a mi segunda mujer, Paqui, que tampoco conocía Portugal. Para mi fue un verdadero placer, desplegar mis conocimientos sobre el país vecino, del que conozco tantas cosas.
Iniciamos el viaje por Sevilla. En Santiponce, nos esperaba Itálica, la ciudad levantada por los soldados romanos para descansar de sus batallas en su retiro. Conocimos su anfiteatro, su coliseo, sus casas, sus mosaicos, etc. Nos dimos un buen desayuno cerca de Itálica, para poder seguir nuestro camino que nos iba a llevar Évora, ciudad Patrimonio de la Humanidad. La vista del templo de Diana, de época romana fue de las primeras cosas que vimos nada más llegar a la ciudad; a continuación la visita a la catedral, del año 1196, de planta y portada románica nos dejó el cuerpo con la sensación agradable de que era necesario comer para continuar la visita a Portugal.
La llegada a Lisboa al Hotel Melía Madrid se produjo alrededor de las 7 de la tarde, lo que hizo que nos diera tiempo para desplazarnos a la oficina de información y turismo portuguesa, en la Plaza del Comercio e informarnos de todo aquello que nos interesaba visitar y conocer. Aún nos dio tiempo para andar despacio y tomar un refrigerio por la Plaza del Comercio, con la vista puesta en el río Tajo.
Nos levantamos temprano, como con ganas de comenzar a ver Lisboa. La primera visita la dedicamos al Monasterio de los Jerónimos: La belleza inconmensurable de su claustro hizo que la primera visión de los ojos de mi mujer y mis amigos fuera todo lo agradable que yo quería de la visita a Lisboa. Para mi, que he visto muchos claustros, es uno de los mejores del mundo. Después nos desplazamos a la Torre de Belem, el lugar de entrada de todos los barcos que iban y partían hacia las Indias y hacia África. Igualmente su belleza dejó una grata impresión en nuestras retinas. Una buena y abundante comida en un restaurante de los alrededores nos dio fuerzas para visitar el Castillo de S. Jorge. Las enormes vistas de Lisboa desde lo alto del castillo me hizo recordar la primera vez que visité esta ciudad y lo mucho que ha cambiado, para bien, la misma. La subida al castillo la realizamos en los tranvías rojos, al igual que hace muchos años la hice yo. A la bajada, nos dirigimos hacia el hotel, pues el cansancio había hecho mella en nuestros cuerpos y merecíamos una buena ducha, cena y cama, para descansar. Dejamos para otro día la subida a La Seo, la catedral vieja de Lisboa, con su encantador claustro y la visita a la Casa de los Pinchos, ambas a los pies del barrio de la Alfama.
Al día siguiente y, para no variar, bien temprano nos dirigimos hacia Sintra. Allí nos disponíamos a ver el Palacio Nacional y el Castillo de la Peña o Castelo da Pena, en portugués, que suena mejor. La vista en el Castillo Nacional de las Salas llenas de azulejos de color azul, típicos de Portugal, nos hizo recordar la película El Perro del Hortelano, interpretada por Emma Suárez y Carmelo Gómez y filmada en estas salas maravillosas de color azul. Después de la magnífica visita nos desplazamos hasta el Castillo de Peña o Pena; sus vistas, almenas, salas, cocina, todo perfectamente conservado y fiel a la época en que se construyó, siempre es motivo de admiración entre todos los que lo ven por primera vez y los que ya lo hemos visitado en más de una ocasión. El ajetreo por la subida al castillo y, sobre todo, la bajada ( pues hay que ver cómo conducen los portugueses, al menos los taxistas y autobuseros), nos dio una especial sensación en el estómago que hizo que nos sentáramos a comer tranquilamente. Por la tarde visitamos el Palacio Nacional de Queluz: las alfombras, lámparas y mobiliario de sus salas nos desplazó por unos minutos a un tiempo pasado esplendoroso. Terminamos la visita con un paseo por los maravillosos jardines del palacio, llenos de fuentes y estatuas preciosas.
De vuelta a Lisboa, ducha, descanso y a visitar la noche lisboeta. Nos situamos en el barrio del Chiado, a la altura de la Iglesia del Carmen; subimos andando hasta la misma y caminando, llegamos hasta la Rua de Emenda; allí encontramos un bar pequeño, coqueto, antiguo, dónde después de comer unos chorizos al infierno y otras tapas llegó el momento. El momento de escuchar los fados que nos iban a cantar un grupo de cantantes. La noche se llenó de música que nos envolvió a todos; estando en el bar o taberna, mejor, apareció en la calle una cantaora de fados callejera; conocía muy bien el español y cantaba los fados magníficamente; con ella estuvimos un buen rato cantando canciones en la calle, fuera de la taberna, de Marifé de Triana, Carmen Sevilla, Paquita Rico y otras cupletistas españolas que la mujer conocía perfectamente; como si lo hubiera hecho de toda la vida: Nos quedó una sensación maravillosa de la noche portuguesa, tal y como lo queríamos.
Al día siguiente y después de un abundante desayuno salimos en dirección Oporto. Nos alojamos en el hotel e inmediatamente nos desplazamos a visitar la ciudad. Seguimos en Viaje a Portugal-2.
Cándido T. Lorite
Este último viaje lo inicié y terminé con una pareja de amigos. Aprovechamos nuestra afición a las recreaciones históricas napoleónicas y, asistiendo a la Recreación de Vimeiro, aprovechamos para estar una semana en Portugal. Ellos no conocían Portugal y así me vi, de nuevo como introductor de las bellezas del país portugués a mis amigos y a mi segunda mujer, Paqui, que tampoco conocía Portugal. Para mi fue un verdadero placer, desplegar mis conocimientos sobre el país vecino, del que conozco tantas cosas.
Iniciamos el viaje por Sevilla. En Santiponce, nos esperaba Itálica, la ciudad levantada por los soldados romanos para descansar de sus batallas en su retiro. Conocimos su anfiteatro, su coliseo, sus casas, sus mosaicos, etc. Nos dimos un buen desayuno cerca de Itálica, para poder seguir nuestro camino que nos iba a llevar Évora, ciudad Patrimonio de la Humanidad. La vista del templo de Diana, de época romana fue de las primeras cosas que vimos nada más llegar a la ciudad; a continuación la visita a la catedral, del año 1196, de planta y portada románica nos dejó el cuerpo con la sensación agradable de que era necesario comer para continuar la visita a Portugal.
La llegada a Lisboa al Hotel Melía Madrid se produjo alrededor de las 7 de la tarde, lo que hizo que nos diera tiempo para desplazarnos a la oficina de información y turismo portuguesa, en la Plaza del Comercio e informarnos de todo aquello que nos interesaba visitar y conocer. Aún nos dio tiempo para andar despacio y tomar un refrigerio por la Plaza del Comercio, con la vista puesta en el río Tajo.
Nos levantamos temprano, como con ganas de comenzar a ver Lisboa. La primera visita la dedicamos al Monasterio de los Jerónimos: La belleza inconmensurable de su claustro hizo que la primera visión de los ojos de mi mujer y mis amigos fuera todo lo agradable que yo quería de la visita a Lisboa. Para mi, que he visto muchos claustros, es uno de los mejores del mundo. Después nos desplazamos a la Torre de Belem, el lugar de entrada de todos los barcos que iban y partían hacia las Indias y hacia África. Igualmente su belleza dejó una grata impresión en nuestras retinas. Una buena y abundante comida en un restaurante de los alrededores nos dio fuerzas para visitar el Castillo de S. Jorge. Las enormes vistas de Lisboa desde lo alto del castillo me hizo recordar la primera vez que visité esta ciudad y lo mucho que ha cambiado, para bien, la misma. La subida al castillo la realizamos en los tranvías rojos, al igual que hace muchos años la hice yo. A la bajada, nos dirigimos hacia el hotel, pues el cansancio había hecho mella en nuestros cuerpos y merecíamos una buena ducha, cena y cama, para descansar. Dejamos para otro día la subida a La Seo, la catedral vieja de Lisboa, con su encantador claustro y la visita a la Casa de los Pinchos, ambas a los pies del barrio de la Alfama.
Al día siguiente y, para no variar, bien temprano nos dirigimos hacia Sintra. Allí nos disponíamos a ver el Palacio Nacional y el Castillo de la Peña o Castelo da Pena, en portugués, que suena mejor. La vista en el Castillo Nacional de las Salas llenas de azulejos de color azul, típicos de Portugal, nos hizo recordar la película El Perro del Hortelano, interpretada por Emma Suárez y Carmelo Gómez y filmada en estas salas maravillosas de color azul. Después de la magnífica visita nos desplazamos hasta el Castillo de Peña o Pena; sus vistas, almenas, salas, cocina, todo perfectamente conservado y fiel a la época en que se construyó, siempre es motivo de admiración entre todos los que lo ven por primera vez y los que ya lo hemos visitado en más de una ocasión. El ajetreo por la subida al castillo y, sobre todo, la bajada ( pues hay que ver cómo conducen los portugueses, al menos los taxistas y autobuseros), nos dio una especial sensación en el estómago que hizo que nos sentáramos a comer tranquilamente. Por la tarde visitamos el Palacio Nacional de Queluz: las alfombras, lámparas y mobiliario de sus salas nos desplazó por unos minutos a un tiempo pasado esplendoroso. Terminamos la visita con un paseo por los maravillosos jardines del palacio, llenos de fuentes y estatuas preciosas.
De vuelta a Lisboa, ducha, descanso y a visitar la noche lisboeta. Nos situamos en el barrio del Chiado, a la altura de la Iglesia del Carmen; subimos andando hasta la misma y caminando, llegamos hasta la Rua de Emenda; allí encontramos un bar pequeño, coqueto, antiguo, dónde después de comer unos chorizos al infierno y otras tapas llegó el momento. El momento de escuchar los fados que nos iban a cantar un grupo de cantantes. La noche se llenó de música que nos envolvió a todos; estando en el bar o taberna, mejor, apareció en la calle una cantaora de fados callejera; conocía muy bien el español y cantaba los fados magníficamente; con ella estuvimos un buen rato cantando canciones en la calle, fuera de la taberna, de Marifé de Triana, Carmen Sevilla, Paquita Rico y otras cupletistas españolas que la mujer conocía perfectamente; como si lo hubiera hecho de toda la vida: Nos quedó una sensación maravillosa de la noche portuguesa, tal y como lo queríamos.
Al día siguiente y después de un abundante desayuno salimos en dirección Oporto. Nos alojamos en el hotel e inmediatamente nos desplazamos a visitar la ciudad. Seguimos en Viaje a Portugal-2.
Cándido T. Lorite
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