martes, 16 de febrero de 2010

A CANTABRIA

Tenía muchas ganas de que mi mujer, Paqui, conociera Cantabria, la del slogan, Infinita. Cuando fui a ella la primera vez, allá por los años 68 ó 69 no recuerdo bien, me llamaron poderosamente la atención dos cosas; una, el color verde de sus montes y valles; dos, su románico y sus cuevas, sobre todo Altamira. Volví después, pasados los años, ahora sólo, visitando el románico tan esplendoroso y magnífico de la zona.
Ahora tocaba visitarlo, por tercera vez, de una forma especial; con la mujer elegida para el resto de mi vida, mi segunda esposa, como yo digo una maravilla de mujer en todos los aspectos. Encontré en esta excursión dos amigos de mi época de estudiante en el colegio de S. Agustín, con los que departimos amigablemente durante todo el tiempo de la excursión. Hice un amigo increíble por su sabiduría y por su saber estar en un archivo, Eduardo. Un verdadero ratón archivero, socio de Amigos de la Catedral de Jaén, del Archivo Diocesano, etc. Un hombre jubilado, pero con una cultura amplia y bien documentado. Después de nuestro viaje me ha enviado unas copias de unos documentos sobre Obispos y Reyes, realmente magníficos. Mi agradecimiento y una invitación para cuando nos veamos en la capital del Santo Rostro, Jaén.
Salimos de Jaén capital hacia el aeropuerto de Almería, dónde embarcamos en un avión de Iberia, destino Bilbao, aeropuerto de La Paloma; desde allí en autobús hasta Torrelavega (Cantabria), dónde nos esperaba una reconfortante ducha y una cena bien merecida.
Al día siguiente salimos en autobús hacia Santillana de Mar, ciudad pequeña pero encantadora. Allí, primero disfrutamos de la visita al museo de Altamira. Este museo es una copia exacta de las cuevas originales; tan es así que mi memoria las recordaba tal y cómo yo las veía ahora de nuevo, pero hechas a mano y fidedignas en todo al original; eso sí, no eran el original, para desgracia nuestra, pero el visitante se hace una idea de cómo son en realidad las cuevas originales. Después visitamos la ciudad, con su famosa Colegiata de Santa Juliana, casa de los hombrones (llamada así por los dos grandes hombres que sostienen el escudo ducal), hospital de los dominicos, etc.; en definitiva una visita encantadora y magnífica por los monumentos vistos. A mí de nuevo, me trajeron los recuerdos de la última vez visitada, en solitario, y la de ahora, en compañía. Las cosas e iglesias se ven de diferente manera. Por la tarde la visita a Castro Urdiales nos deparó agradables sorpresas; la villa marinera nos recibió con un día que amagaba lluvia pero que se quedó en eso, en amagar; menos mal porque la villa merece la pena ser visitada con tranquilidad. Nada más llegar nos dimos de bruces con la vista magnífica de la Iglesia de Santa María de la Asunción, del siglo XIII, un románico tardía con un principio de gótico que deja una impronta a la iglesia sensacional. En su interior un magnífico retablo, de estilo barroco. La fachada de su ayuntamiento llama poderosamente la atención.
Nos acostamos cansados y al día siguiente nos levantamos con ánimos renovados de seguir viendo las cosas fantásticas de Cantabria; así que nos dirigimos hacia la capital, Santander, por la mañana. Lástima que una capital tan hermosa perdiera la mayoría de su casco viejo y de sus monumentos en dos desgraciados accidentes, ocurridos en siglos pasados: No obstante la capital destila tranquilidad y saber estar, con señorío. Bien de mañana nos desplazamos hasta el Palacio de la Magdalena. La entrada al interior no nos fue posible hacerla y nos dedicamos a pasear por sus alrededores, dónde se encontraba un pequeño zoológico. El Palacio en si mismo, en su exterior es de una gran belleza, con unas maravillosas vistas de Santander y el Cantábrico. Después por la tarde hacia Cabezón de la Sal, pueblo situado en el interior de la provincia, donde degustamos un cocido lebaniego que nos dejó una sensación muy agradable en el cuerpo y dispuestos a continuar la tarea. Con fuerzas para el camino nos desplazamos hacia el Parque de Cabárcenos, parque natural. Allí nos sorprendió una tarde lluviosa que nos amargó, aunque no del todo, la visita al mismo. La visión de los animales casi en libertad total de movimientos nos hizo muy grata la visión de los mismos. Osos, leones, cebras, camellos, hipopótamos, reptiles, monos, etc. toda la fauna salvaje al alcance de nuestras fotos y cámaras de video; eso sí, todo aderezado con una lluvis inclemente en algunos momentos que hizo que no disfrutáramos deltodo de la visita al Parque de Cabárcenos. Después la compra de unos dulce en Unquera, las “corbatas” que dejaron una agradable sensación en el paladar de los viajeros.
De vuelta al hotel y descansar pues al día siguiente nos esperaba S. Vicente de la Barquera y Comillas. La entrada por la carretera nacional nos hace cruzar el puente de la Maza, con sus 32 arcos y una maravillosa vista de la ciudad. La zona medieval es magnífica. En ella encontramos la Puerta del Preboste, que nos lleva hasta el ayuntamiento y a las murallas antiguas. La subida hasta la iglesia de Santa María de los Ángeles, del siglo XIII, es dificultosa, pero merece la pena, por la iglesia y por las vistas de la ciudad. Esta iglesia contiene en su interior la estatua yacente del Inquisidor Antonio del Corro, considerada, junto a la del Doncel de Sigüenza, como una de las mejores esculturas en mármol del renacimiento espalo. De hecho ambas esculturas son muy parecidas en su ejecución. La bajada por la Puerta del Poniente nos deja al lado del Castillo, del siglo XV. Cerca del faro se encuentra la ermita de la Virgen de la Barquera, del siglo XIII, un románico muy sencillo.
Comillas nos recibe con una tarde tranquila. La vista de su Universidad Pontificia, trasladada a Madrid, nos da la primera vista de la ciudad. A continuación nos desplazamos al Palacio de Sobrellano, un edificio de arte neogótico, mandado construir por Antonio López, indiano del pueblo y levantado por el arquitecto catalán Joan Martorell. Un palacio aparatoso y espectacular, al lado del cual se encuentra el panteón-mausoleo de su familia, también en neogótico y construido por el mismo arquitecto. Junto a estos se encuentra el capricho de Gaudi, una obra especialmente curiosa edificada por el maestro en Comillas, por orden de Díaz de Quijano, pariente de Antonio López, el indiano. Las casonas nobles, la iglesia parroquial y la plaza de los Tres Caños dan a la ciudad vieja de Comillas un aspecto digno de ser visitado y comentado.
Y llegamos al último día de nuestra estancia en Cantabria. La visita a Potes y Fuente De era obligatoria, más que nada porque allí y cerca, se encuentra Santo Toribio de Liébana. Antes de llegar tuvimos que cruzar el desfiladero de Hermida, 21 km de paredes rocosas de una altura sensacional, que prácticamente deja aislado el monasterio. En el interior del mismo se encuentra el trozo de la Cruz de Jesús más grande que existe, según el monje que nos la describió (79 cm de cruz). Esta visita y la vista de la ermita de S. Miguel, junto a la ermita de Lebaña, nos dejó la imagen del románico de Cantabria. Trasladados Fuente De nos encontramos con una nevada increíble que hizo desistir de visitar las instalaciones existentes. Trasladados al pueblo de Potes, descansamos un poco, visitamos el pueblo y a continuación nos fuimos a un pueblo que ha estado a punto de desaparecer, Bárcenas Mayor. La verdad que la nevada que tuvimos durante la visita del mismo hizo que no disfrutáramos del mismo. Además la comida que hicimos, una fabada asturiana excesivamente grasienta, hizo que el viaje no fuera muy agradable. La comida nos pasó factura.
Al día siguiente cogimos el avión de vuelta a casa, pasando por Madrid, hasta Granada. La verdad sea dicha el viaje muy bonito, interesante, en agradable compañía de amigos, pero, como digo siempre, la casa de uno es la casa de uno y como en ella en ningún sitio. Hasta otra ocasión, claro, que España es muy grande y con muchas cosas que ver y visitar.

Cándido T. Lorite

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