Nos despedimos del lugar diciendo que, quizá, no sería la última vez que estaríamos allí.
Salimos a Via Corso para coger un autobús, el 101, que nos trasladaría hasta la Plaza del Cinquecento, cercana a las Termas de Diocleciano y al Museo Nacional de Roma o Romano. Al lado de ambas se encuentra la Iglesia de Santa Maria dei Agnelli. La visita nos iba a llevar las tres horas que nos faltaban de la tarde y, además, estábamos cerquita del hotel donde nos alojamos.
Comenzamos la visita por el Museo Nacional de Roma. La entrada nos costó 7€ los dos, la mitad del precio, gracias a la Roma Pas que teníamos desde el principio. Con esta entrada pudimos visitar el M
el centro las había con formas mitológicas; m
Subimos a la segunda planta. Allí encontramos mosaicos, estucos, frescos, incluidos los de la casa de Livia, la esposa de Augusto. Los frescos se remontan al s. I a. de C. En la primer
Un siglo después de las Termas de Caracalla, el emperador Diocleciano que nunca había estado en Roma, quiso ser más que su antecesor e hizo unas termas para 3000 personas. Tenía vestuarios, biblioteca, gimnasios, centros de reunión, teatros, salas para conciertos, jardines y piscinas de aguas templadas, calientes y frías. Sus paredes y suelos eran de mármol. Por desgracia
no queda casi nada. La mayor parte han sido incorp
oradas a la iglesia de Santa María degli Angeli y al Museo Nacional Romano. La parte semicircular de la Plaza de la República era parte de la exedra de las termas.La enorme sala central de 280 metros por 160 metros era una obra maestra de la ingeniería y sirvió de muestra para la Basílica de Majencio.Lo que hoy es la entrada a la iglesia era el espacio que separaba el Tepidarium (sala de agua templada, del Caldarium, sala de agua caliente. A continuación se encuentra la estatua de San Bruno, fundador de la Orden de los Cartujos. Desde aquí se accede al antiguo vestíbulo central de las Termas. El altar está justo enfrente, sobre el eje de la nave central.
lar el mediodía. La luz entra por un orificio situado en lo alto de un muro y se abre camino por una banda de cobre incrustada en el suelo que marca con exactitud el meridiano norte-sur de Roma. Es mediodía cuando el rayo de luz se alinea perfectamente a lo largo de la banda del suelo. Desde luego el día había sido muy bien aprovechado. El cansancio hizo mella en nuestros cuerpos y siendo ya noche cerrada llegamos al hotel, donde descansamos después de una ducha caliente y reconfortante. La cena, frugal y rápida dio paso a un sueño reparador.Estábamos a punto de iniciar nuestro último día en Roma.
Cándido T. Lorite

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