Invitados por nuestros amigos Patricia y José Antonio a visitar la maravillosa ciudad de Cuenca, de donde ellos son originarios y con ganas de visitarla, nos desplazamos a la misma durante el fin de semana del 12 y 13 de diciembre de 2009. Nos alojamos en un hotel situado a escasos metros de la Catedral y del casco antiguo, el Leonor de Aquitania- nombre de la mujer de Alfonso VIII, conquistador de la ciudad a los árabes.
Habiendo salido de buena mañana nos encontramos con una niebla tan densa que no se veían ni los letreros de la carretera; menos mal que llevábamos el tomtom; a pesar de eso, a la altura de Tomelloso estuvimos un rato dando vueltas, hasta que decidimos volver a Manzanares y seguir el camino por Ocaña, pues el letrero de Cuenca no aparecía por ningún lado. Tardamos en llegar algo más del tiempo que creíamos íbamos a invertir en llegar. Pero la Torre Mangana nos recibía desde lo lejos, anunciando la llegada a Cuenca.
Nos encontramos con Patricia, su marido y sus tres hijos y comenzamos la visita de la ciudad. Para abrir boca, visitamos en primer lugar la majestuosa catedral de la ciudad, de estilo gótico-normando. Como todas las ciudades turísticas- hay raras excepciones, como la catedral de Jaén- cuesta una cantidad de dinero entrar en ellas. Pagamos el peculio establecido y nos dispusimos a abrir nuestros ojos ante la vista de la misma. Eso sí, al igual que hace más de 20 años cuando la visité la primera vez, no he podido ver el claustro de la misma, pues sigue en restauración. En esta catedral destaca, sobre todo, los triforios y el transparente, la puerta de Jamete y la leyenda sobre el reloj que se encuentra en el interior. Dice la misma que el día que se ponga en marcha, será el fin del mundo. Esperamos que no sea en el “2012”. Bromas aparte, vamos a seguir la visita de Cuenca.
Nos dimos un paseo por el exterior de la muralla y castillo de la ciudad, admirando desde el mismo, la hoz del Júcar en todo su esplendor, haciendo una subida de 1000 metros de altura por un camino muy bonito, eso sí para cabras más que para personas. Desde lo más alto de Cuenca pudimos contemplar, en un pequeño espacio de terreno las dos hoces de la ciudad, la del Huécar y la del Júcar y contemplando, asimismo, como la ciudad de Cuenca queda enmarcada entre ambas. Las vistas eran magníficas. Desde allí se divisaban las Casas Colgadas (ojo con decir colgantes), los llamados “rascacielos” (casas que por la calle Alfonso VIII tienen dos plantas pero que por la hoz del Huécar tienen hasta diez plantas, el Hospital de Santiago, hoy Parador de Turismo, la Catedral, el Archivo Histórico Provincial, antigua cárcel, la Torre Mangana, reloj que como dicen los nativos da la hora cuando le da la gana- un minuto antes de la media y de la entera-, y muchos otros monumentos de una ciudad que te agrada desde el primer momento que la ves.
La visita vespertina, después de un merecido homenaje a nuestro estómago y una reparadora siesta, nos deparó la visión de iglesias, rincones y lugares que impresionaron nuestra retina de una forma inolvidable. La Plaza de la Merced con la vista de la Torre Mangana, la Iglesia de las Esclavas, San Nicolás, San Pedro, la Fundación Antonio Pérez hizo que la visita de la tarde fuera muy bonita. La cena, en compañía de nuestros amigos, en un restaurante-cueva, con platos típicos de la ciudad acabó con nuestras energías.
A la mañana siguiente, José Antonio, el marido de nuestra amiga Patricia nos dio una muy agradable sorpresa: Una visita a la Ciudad Encantada de Cuenca. Conocedores expertos de la Sierra de Cuenca, nos la enseñaron de una forma que pocos hacen. Las fotos de la misma indican bien a las claras que lo pasamos magníficamente. Al final de la misma unos pocos copos de nieve nos indicaron, cómo yo les dije a ellos, que una nevada intensa iba a caer sobre la sierra. Los platos típicos degustados en la comida, en el pueblo de Valdecabras, puso colofón a dos días intensos en la magnífica ciudad de Cuenca.
El agradecimiento a nuestros amigos, tanto de Bailén como de Cuenca que hicieron posible este maravilloso viaje.
Habiendo salido de buena mañana nos encontramos con una niebla tan densa que no se veían ni los letreros de la carretera; menos mal que llevábamos el tomtom; a pesar de eso, a la altura de Tomelloso estuvimos un rato dando vueltas, hasta que decidimos volver a Manzanares y seguir el camino por Ocaña, pues el letrero de Cuenca no aparecía por ningún lado. Tardamos en llegar algo más del tiempo que creíamos íbamos a invertir en llegar. Pero la Torre Mangana nos recibía desde lo lejos, anunciando la llegada a Cuenca.
Nos encontramos con Patricia, su marido y sus tres hijos y comenzamos la visita de la ciudad. Para abrir boca, visitamos en primer lugar la majestuosa catedral de la ciudad, de estilo gótico-normando. Como todas las ciudades turísticas- hay raras excepciones, como la catedral de Jaén- cuesta una cantidad de dinero entrar en ellas. Pagamos el peculio establecido y nos dispusimos a abrir nuestros ojos ante la vista de la misma. Eso sí, al igual que hace más de 20 años cuando la visité la primera vez, no he podido ver el claustro de la misma, pues sigue en restauración. En esta catedral destaca, sobre todo, los triforios y el transparente, la puerta de Jamete y la leyenda sobre el reloj que se encuentra en el interior. Dice la misma que el día que se ponga en marcha, será el fin del mundo. Esperamos que no sea en el “2012”. Bromas aparte, vamos a seguir la visita de Cuenca.
Nos dimos un paseo por el exterior de la muralla y castillo de la ciudad, admirando desde el mismo, la hoz del Júcar en todo su esplendor, haciendo una subida de 1000 metros de altura por un camino muy bonito, eso sí para cabras más que para personas. Desde lo más alto de Cuenca pudimos contemplar, en un pequeño espacio de terreno las dos hoces de la ciudad, la del Huécar y la del Júcar y contemplando, asimismo, como la ciudad de Cuenca queda enmarcada entre ambas. Las vistas eran magníficas. Desde allí se divisaban las Casas Colgadas (ojo con decir colgantes), los llamados “rascacielos” (casas que por la calle Alfonso VIII tienen dos plantas pero que por la hoz del Huécar tienen hasta diez plantas, el Hospital de Santiago, hoy Parador de Turismo, la Catedral, el Archivo Histórico Provincial, antigua cárcel, la Torre Mangana, reloj que como dicen los nativos da la hora cuando le da la gana- un minuto antes de la media y de la entera-, y muchos otros monumentos de una ciudad que te agrada desde el primer momento que la ves.
La visita vespertina, después de un merecido homenaje a nuestro estómago y una reparadora siesta, nos deparó la visión de iglesias, rincones y lugares que impresionaron nuestra retina de una forma inolvidable. La Plaza de la Merced con la vista de la Torre Mangana, la Iglesia de las Esclavas, San Nicolás, San Pedro, la Fundación Antonio Pérez hizo que la visita de la tarde fuera muy bonita. La cena, en compañía de nuestros amigos, en un restaurante-cueva, con platos típicos de la ciudad acabó con nuestras energías.
A la mañana siguiente, José Antonio, el marido de nuestra amiga Patricia nos dio una muy agradable sorpresa: Una visita a la Ciudad Encantada de Cuenca. Conocedores expertos de la Sierra de Cuenca, nos la enseñaron de una forma que pocos hacen. Las fotos de la misma indican bien a las claras que lo pasamos magníficamente. Al final de la misma unos pocos copos de nieve nos indicaron, cómo yo les dije a ellos, que una nevada intensa iba a caer sobre la sierra. Los platos típicos degustados en la comida, en el pueblo de Valdecabras, puso colofón a dos días intensos en la magnífica ciudad de Cuenca.
El agradecimiento a nuestros amigos, tanto de Bailén como de Cuenca que hicieron posible este maravilloso viaje.
Cándido T. Lorite
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