Casi en plenas fiestas del pueblo, el 20 de julio, nos levantamos bien temprano para encaminarnos a la ciudad de Miguel de Cervantes, Alcalá de Henares, lugar donde nació, allá por el siglo XV, el más grande escritor de la literatura española.
La carretera se presentaba como siempre, tranquila, sin prisas; como el que sabe que más tarde que pronto, va a llegar a su destino. Sin agobios. Costó encontrar un sitio donde aparcar en la ciudad, hasta que dejamos la maleta en el hotel y, como de costumbre, dejé el coche en el aparcamiento del mismo, para mi tranquilidad.
Está el hotel situado en plena Plaza de D. Diego, al lado lateral del colegio de S. Ildefonso, con unas vistas al mismo magníficas. Tuve buen acierto al escogerlo. Nada más dejar el hotel nos dedicamos a lo que habíamos venido, a empaparnos de la historia de la ciudad de Miguel de Cervantes, e intentar seguir sus pasos de niñez y adolescencia.
La entrada al claustro del colegio de S. Ildefonso o Universidad de Alcalá, nos deparó una magnífica visión; un claustro doble, magnífico, después de entrar por la puerta principal, una obra extraordinaria de R. Gil de Hontañón, en 1543. De la historia de la Universidad no es sitio para hablar, pues ésta se encuentra en Internet al alcance de todos los lectores. Sólo decir que en ella se graduó como doctora en Filosofía y Letras a María Isidra de Guzmán y de la Cerda, siendo la primera mujer en Europa que lo conseguía. Un honor para esta universidad.
El lugar más inmediato para visitar a continuación era la Plaza de Cervantes; allí nos encontramos con la estatua del escritor que nos miraba desde su altura y, para nuestra alegría, encontramos asimismo, un tiovivo de los antiguos; ni mi mujer ni yo nos pudimos contener: subimos al mismo y nos alejamos en el tiempo muchos, muchos años. Disfrutamos del tiovivo como niños con zapatos nuevos y dejo constancia. Nos fuimos después a visitar en la calle mayor la casa natal de Miguel de Cervantes. Una muy buena conservación de la casa dónde vivió, pues los nativos del lugar indican que “nació en la casa de más arriba” y que luego se mudó a la que ahora se considera su casa natal; nos agradó comprobar cómo vivía la familia y el lugar dónde se desarrolló como adolescente el gran escritor de la lengua española. Una foto con las estatuas de los inmortales D. Quijote y Sancho Panza deja constancia de nuestra estancia en ese lugar.
La visita más inmediata era la Catedral de Alcalá, la de los niños santos Justo y Pastor; cuando terminamos la misma y, antes de seguir el camino, decidimos que ya era hora de tomarnos una refrescante cerveza, justo enfrente de la catedral encontramos el bar para hacerlo, sentados y a la sombra observando el ir y venir de la gente, entrando y saliendo del lugar dónde nosotros habíamos estado antes; allí, tranquilamente hicimos el plano para seguir nuestra visita a Alcalá.
Volvimos por la calle Mayor, animada por mucha gente que entraba y salía de comercios y casas y llegando a la calle Libreros, nos encontramos con Fundación Miguel de Cervantes en un edificio neoclásico, perfecto. Como las fuerzas ya iban fallando decidimos comer en la misma calle Libreros; además teníamos cerca el hotel, donde nos esperaba una merecida siesta; nos ayudaría a soportar la larga tarde de caminata que nos esperaba bajo el sol canicular de Alcalá, visitando las iglesias y conventos que aún nos quedaban; muchos y variados.
Comenzamos por la tarde el paseo por la ermita de los doctrinos, iglesia de S. Ildefonso y nos asomamos al Parador Nacional de Turismo. La iglesia-convento de los Caracciolo nos deparó la agradable sorpresa de verla convertida en biblioteca pública cervantina. S. Basilio Magno, Sta. Catalina de Siena, Corpus Cristi, Santa Úrsula, etc, nos brindó la oportunidad de conocer una ciudad llena de vida y encanto, tanto en tiempos pasados como en presente.
Una ducha, un descanso breve en el hotel y salimos a pasear a la luz de la luna por la calle Mayor y Libreros. En ambas el ambiente era magnífico. Nos sentamos en una terraza y degustamos una buena cantidad de tapas y cerveza que nos sirvió para llenar nuestros estómagos y depararnos un reparador sueño para continuar nuestro camino. Alcalá de Henares nos dejó una imagen de Cervantes, bajo “dos lunas”, una hermosa forma de despedirnos de ella, con un hasta pronto.
Cándido T. Lorite
La carretera se presentaba como siempre, tranquila, sin prisas; como el que sabe que más tarde que pronto, va a llegar a su destino. Sin agobios. Costó encontrar un sitio donde aparcar en la ciudad, hasta que dejamos la maleta en el hotel y, como de costumbre, dejé el coche en el aparcamiento del mismo, para mi tranquilidad.
Está el hotel situado en plena Plaza de D. Diego, al lado lateral del colegio de S. Ildefonso, con unas vistas al mismo magníficas. Tuve buen acierto al escogerlo. Nada más dejar el hotel nos dedicamos a lo que habíamos venido, a empaparnos de la historia de la ciudad de Miguel de Cervantes, e intentar seguir sus pasos de niñez y adolescencia.
La entrada al claustro del colegio de S. Ildefonso o Universidad de Alcalá, nos deparó una magnífica visión; un claustro doble, magnífico, después de entrar por la puerta principal, una obra extraordinaria de R. Gil de Hontañón, en 1543. De la historia de la Universidad no es sitio para hablar, pues ésta se encuentra en Internet al alcance de todos los lectores. Sólo decir que en ella se graduó como doctora en Filosofía y Letras a María Isidra de Guzmán y de la Cerda, siendo la primera mujer en Europa que lo conseguía. Un honor para esta universidad.
El lugar más inmediato para visitar a continuación era la Plaza de Cervantes; allí nos encontramos con la estatua del escritor que nos miraba desde su altura y, para nuestra alegría, encontramos asimismo, un tiovivo de los antiguos; ni mi mujer ni yo nos pudimos contener: subimos al mismo y nos alejamos en el tiempo muchos, muchos años. Disfrutamos del tiovivo como niños con zapatos nuevos y dejo constancia. Nos fuimos después a visitar en la calle mayor la casa natal de Miguel de Cervantes. Una muy buena conservación de la casa dónde vivió, pues los nativos del lugar indican que “nació en la casa de más arriba” y que luego se mudó a la que ahora se considera su casa natal; nos agradó comprobar cómo vivía la familia y el lugar dónde se desarrolló como adolescente el gran escritor de la lengua española. Una foto con las estatuas de los inmortales D. Quijote y Sancho Panza deja constancia de nuestra estancia en ese lugar.
La visita más inmediata era la Catedral de Alcalá, la de los niños santos Justo y Pastor; cuando terminamos la misma y, antes de seguir el camino, decidimos que ya era hora de tomarnos una refrescante cerveza, justo enfrente de la catedral encontramos el bar para hacerlo, sentados y a la sombra observando el ir y venir de la gente, entrando y saliendo del lugar dónde nosotros habíamos estado antes; allí, tranquilamente hicimos el plano para seguir nuestra visita a Alcalá.
Volvimos por la calle Mayor, animada por mucha gente que entraba y salía de comercios y casas y llegando a la calle Libreros, nos encontramos con Fundación Miguel de Cervantes en un edificio neoclásico, perfecto. Como las fuerzas ya iban fallando decidimos comer en la misma calle Libreros; además teníamos cerca el hotel, donde nos esperaba una merecida siesta; nos ayudaría a soportar la larga tarde de caminata que nos esperaba bajo el sol canicular de Alcalá, visitando las iglesias y conventos que aún nos quedaban; muchos y variados.
Comenzamos por la tarde el paseo por la ermita de los doctrinos, iglesia de S. Ildefonso y nos asomamos al Parador Nacional de Turismo. La iglesia-convento de los Caracciolo nos deparó la agradable sorpresa de verla convertida en biblioteca pública cervantina. S. Basilio Magno, Sta. Catalina de Siena, Corpus Cristi, Santa Úrsula, etc, nos brindó la oportunidad de conocer una ciudad llena de vida y encanto, tanto en tiempos pasados como en presente.
Una ducha, un descanso breve en el hotel y salimos a pasear a la luz de la luna por la calle Mayor y Libreros. En ambas el ambiente era magnífico. Nos sentamos en una terraza y degustamos una buena cantidad de tapas y cerveza que nos sirvió para llenar nuestros estómagos y depararnos un reparador sueño para continuar nuestro camino. Alcalá de Henares nos dejó una imagen de Cervantes, bajo “dos lunas”, una hermosa forma de despedirnos de ella, con un hasta pronto.
Cándido T. Lorite